"Ubi ergo Petrus, ibi ecclesia; ubi ecclesia, ibi nulla mors, sed vita eterna".
“Onde está Pedro, aí está a Igreja; onde está a Igreja aí não há morte, mas a vida eterna”.
Santo Ambrósio, Enarrationes in XII Psalmos davidicos; PL 14, 1082

sexta-feira, 7 de dezembro de 2007

VATICANO - LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA

por don Nicola Bux y don Salvatore Vitiello - “La liturgia, relación total de la Iglesia con Jesucristo Mediator Dei”.

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Como es sabido, el incipit de la Encíclica del Siervo de Dios, Papa Pío XII, es el pronunciamiento más orgánico del Magisterio de la Iglesia sobre la liturgia que hasta el día de hoy haya sido producido. La misma Constitución litúrgica del Concilio Vaticano II se funda sobre sus principios doctrinales y recorre su estructura ampliándola. La sorpresa al leer un documento de hace sesenta años es la de descubrir su actualidad: está inspirado en la iniciativa pastoral, habiendo abierto el camino a la ‘pastoral litúrgica’, como lo demostraron las “instaurationes” o reformas que se siguieron en la década sucesiva, la más célebre es aquella del Ordo de la Semana Santa (1955), inaugurada en 1951, con la restauración de la Vigilia Pascual en toda su antigüedad.La preocupación pastoral está documentada también en el método que se sigue: no imponer improvisadamente una disposición que cambie la totalidad de la ‘unidad litúrgica’ (Misa, Oficio, Calendario…), sino proponer una restauración gradual de las partes más antiguas, sin eliminar los avances, dado que la liturgia, como el cuerpo eclesial, es un organismo viviente: no se pueden amputar partes sólo porque no hayan estado desde el nacimiento. Es como el método que se aplica en las obras de arte. Algunos estudios han puesto en evidencia los principios que guiaron a aquél gran Pontífice: especialmente el de la innovación en la continuidad, bien diverso del arqueologismo y del creativismo (Cf. especialmente: C. Braga, La riforma liturgica di Pio XII. Documenti-1.La ‘Memoria sulla riforma liturgica’, Roma 2003, CLV, BEL 128; N.Giampietro, Il Card.Ferdinando Antonelli e gli sviluppi della riforma liturgica dal 1948 al 1970, SA, Roma 1978.). Juan XXIII y Pablo VI buscaron seguir los pasos y el método de Pío XII, como lo demuestran las ediciones del Misal Romano de 1962 y de 1965. Ahora el Motu proprio de Benedicto XVI se encuentra en el camino de dicha impostación tradicional y al mismo tiempo innovadora. Es conocida la afirmación de Dostoevskj en los “Hermanos Karamazov”: “Si alguno pudiera demostrarme que la verdad se encuentra fuera de Cristo, yo preferiría permanecer con Cristo antes que con esa verdad”. Probablemente no es teológicamente correcto, pero expresa lo esencial para el cristiano: la irreductibilidad entre la Iglesia y el mundo, como entra la sal y aquello a lo que le debe dar sustancia. El mundo podrá aceptar la tradición, el pensamiento, el arte, los valores del Cristianismo, y hasta el ejemplo moral de Cristo: pero el espíritu del mundo no aceptará jamás el dejarse poseer por el espíritu de Cristo, porque aspira continuamente a la autonomía. Mientras la Iglesia está en una relación total con Cristo: ya no sería Iglesia si dejase de estarlo.El culto o liturgia de la Iglesia manifiesta totalmente tal relación, como al inicio afirma la Encíclica Mediator Dei. De otro modo, se crea algo parecido al culto cristiano, pero sin Cristo. O un culto alejado de la gloria que se debe dar a Dios y de la salvación que se debe dar al hombre, ocupado en celebrarse a sí mismo, a la comunidad, al sacerdote, o si no un culto relegado en una evanescente dimensión ‘espiritual’, en la que la conciencia y la experiencia pierden valor, a cambio de una satisfacción puramente estética. En uno y en otro se ha negado el método esencial del Cristianismo, el de una comunión a la que nos debemos adherir y a la que se debe obedecer, que es el presupuesto necesario para que el hombre primero se acerque y después participe en el culto.Un Obispo italiano entre los más atentos a la liturgia, escribe también: “El pelagianismo, en sus varios grados, es siempre un peligro para la vida de la Iglesia (incluso cuando casi nunca se habla de la Gracia, o cuando no se conoce para nada el contenido en el cual ha nacido y cuya manifestación ha sido muy aguda). Si la mentalidad pelagiana se aplica a la liturgia, se llega al punto de insistir cada vez más y dar cada vez mayor importancia a la acción exterior que el hombre realiza, que a aquello que Cristo realiza por medio de la acción ministerial instrumental de quien ha sido por Él hecho capaz de actuar ‘in persona Christi et Ecclesiae’, mediante la Palabra que es anunciada, por medio de los signos realizados. Se llega a olvidar que aquello que cuenta es la acción divina, del Espíritu, de la Gracia, no la del hombre, sea este el fiel, la comunidad o el mismo Ministro” (Mons. Mario Oliveri, La Divina Liturgia, Albenga 2007, p 7).La presunción de crear una nueva liturgia y la debilidad existencial y cultural de la Iglesia, han contribuido al clima en el cual se han dado los abusos, signos de rebelión y desobediencia, tan opuestos a la obediencia de Cristo hasta la muerte en la cruz, que la liturgia esencialmente debe anunciar. De este modo, como alguien ha dicho, los que tendrían que haber entrado en la Iglesia con la reforma litúrgica al final se han quedado fuera. No sabemos que cosa nos depara el futuro, pero nosotros cristianos tenemos la responsabilidad de testimoniar que el nihilismo y el relativismo que han entrado en la liturgia no pueden vencer, porque ya han sido vencidos por Aquel que continuamente hace “nuevas todas las cosas” (Ap. 21,5).Si todo esto hubiese sido tomado consideración en el momento de realizar la reforma litúrgica post conciliar, se hubieran evitado traumas y contraposiciones. Ahora se da inicio a una estación en la que debe prevalecer el diálogo franco y tranquilo de las ideas, porque nadie representa en cuanto individuo a toda la Iglesia, excepto el Obispo de Roma; no debe faltar el auxilio de beneméritas instituciones litúrgicas, en primer lugar las guiadas por los Benedictinos, bajo la guía de la Congregación para el Culto Divino, suprema autoridad moderante de la liturgia “para conservar o conquistar la reconciliación y la unidad” (Carta de Benedicto XVI a los Obispos, que acompaña el Motu propio Summorum Pontificum). (Agencia Fides 6/12/2007; líneas 61, palabras 882)